EL LEGADO PERDIDO DE JOSECHU LALANDA, EL DIBUJANTE DE FÉLIX (ARTÍCULO DE ALFREDO MERINO EN "EL MUNDO")

¡Muy buenas!
Aquí os pongo un gran artículo de Alfredo Merino (original en este enlace), que habla del dibujante que utilizó Félix Rodríguez de la Fuente: Josechu Lalanda. Si no lo conocéis, hoy vais a disfrutar con esta lectura




«¿Qué haces?». Fue uno de aquellos días en los que el dibujante tomaba apuntes de animales en el zoo. Estaba delante del recinto de los lobos ibéricos cuando se le dirigió un curioso que pasaba por allí. Contestó con la costumbre del tantas veces preguntado: «Ya ves: dibujo lobos». «¿Sabes que esos lobos son míos?», volvió a preguntarle. «¿Y qué? no les va a pasar nada». El encuentro entre Josechu Lalanda y Félix Rodríguez de la Fuente estaba predestinado. Ocurrió en la mitad de los pasados años 70, en el zoológico de la Casa de Campo, donde el naturalista tenía su clan de lobos.
No se conocían, pero su pasión por los animales tendió al instante puentes entre ambos. Al ver su maestría, Félix le propuso ilustrar la enciclopedia Fauna. Josechu aceptó encantado. Desde entonces y hasta la muerte del primero, en marzo de 1980 en Alaska, se convirtieron en almas gemelas consagradas cada una, a su manera, a divulgar aquel mundo que les hechizó, en una España franquista donde los linces e imperiales eran considerados alimañas.
Reconocido como uno de los más importantes pintores naturalistas, Lalanda murió el 15 de octubre de 2015 víctima de una fulminante enfermedad, tras un último periodo de su vida en el que la crisis colocó sus dibujos al borde de la extinción. El pasado mes de enero, un numeroso grupo de familiares, amigos y compañeros le rindió homenaje en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Ahora sus herederos andan inmersos en la recuperación del inmenso legado, compuesto por miles de láminas, decenas de esculturas, carteles de todo tipo y docenas de libros, para evitar que desaparezca.


Desde la casa de Marta Lalanda se contempla la dehesa de Arganda. Fue la última naturaleza que inundó los ojos de su padre. «Se vinieron a vivir aquí cuando empezó a encontrarse mal. Desde la ventana lo veía todo. Te decía: 'Mira allí, al lado del matorral, bajo la carrasca, hay unas collalbas'. Y claro, tú no veías ni el matorral, ni la carrasca, ni mucho menos los pájaros. Tenía una vista sobrehumana», relata su hija rodeada de elefantes, osos, halcones, gacelas, cocodrilos, linces y jabalíes salidos de los pinceles de su padre.
Lo corrobora el veterano naturalista Cosme Morillo, asiduo compañero en las correrías campestres. «Ibas con él y de repente te decía: 'Mira, en la rama grande de la derecha del tercer árbol hay un elanio'. Y claro, del árbol que estaba a más de 100 metros, no veías ni la rama, mucho menos al elanio».
Vino al mundo José Antonio Lalanda el 20 de febrero de 1939 en San Sebastián. Hijo del legendario torero Marcial Lalanda, la familia huyó de Madrid durante la Guerra Civil, dispuesta a saltar a Francia. Estaban en el País Vasco y el niño pasó a llamarse Josechu. Acabada la contienda, regresaron a la capital.
«De niños nos gustaba ir al cine a ver películas del Oeste y de Tarzán. No sé cuantas veces las vimos», recuerda Ricardo Lalanda, hermano del artista. Aquellas películas imprimieron en Josechu caballos al galope, pumas, elefantes, gacelas y cocodrilos. La simiente estaba echada.


Otra visita obligada en aquel Madrid de posguerra era la Casa de Fieras del Retiro. Allí se pasaba las horas muertas Josechu, haciéndose amigos tan singulares como el elefante Perico o Paco, el oso polar. Aquellos desdichados dentro de sus jaulones fueron otra de las primeras fuentes de aprendizaje del creador. Aunque, sobre todos los lugares, se eleva La Salceda.
Adquirida por Marcial Lalanda en los Montes de Toledo, la finca estaba perdida entre dehesas, a 28 kilómetros del pueblo más cercano. Fue el aula magna donde la vida silvestre impartió sus enseñanzas en el alma de Josechu. «La Salceda fue un privilegio del que disfrutamos todos los hermanos y todos nuestros amigos bajo la guía y el beneplácito de nuestros padres. Era el enclave perfecto para disfrutar la naturaleza», reconoce Ricardo.
«Marcial Lalanda introdujo a sus ocho hijos en el amor a la naturaleza y tuvo un papel decisivo para que Josechu fuera artista. Prueba de su talante es que estabaparticularmente orgulloso de que ninguno de ellos hubiera sido torero como él», señala Juan Delibes, director del canal Caza y Pesca, donde trabajó Josechu los últimos años de su vida.
«Para acabar de quitarles las ganas de ser toreros, se los llevó a La Salceda y allí les dejó sueltos», añade Marta. «Los ocho asalvajados, siete chicos y una chica, perdidos todo el día por la enorme finca. Iba muchísima gente y mi abuelo jamás cobró a nadie por estar allí, ni por ir a cazar. 'Si vienes a mi casa es porque eres mi amigo y si eres mi amigo, no te cobro', decía».
El descubrimiento de tan inmensa biodiversidad inundó el ánimo del joven Lalanda, quien lo canalizó a través de sus lápices y pinceles. Poco a poco aprendió a saberlo todo de todas las criaturas. «Imitaba a la perfección la voz de los más variados animales: tórtolas, perdices, jabalíes, ciervos, sabía todas sus costumbres, sus querencias... Y mantenía un auténtico arca de Noé con todo bicho que caía en sus manos», recuerda Ricardo.


Para entonces ya había llenado cientos de cuartillas con los animales con los que compartía La Salceda. Lo tenía decidido, sería pintor, pintor de animales. Y se lo dijo a su padre: abandonaba los estudios para dedicarse a la pintura. Tras el consabido drama familiar, Marcial Lalanda enseguida entendió lo que significa el arte para su hijo. Se convirtió en su primer mecenas. El padre compró al hijo la primera lámina que éste vendió en su vida: 200 pesetas, 1,25 euros, y emoción y llanto a raudales.
«Me fascinaba su tremendo talento. Jamás hacía un boceto. Salía al campo, miraba todo y luego en su casa dibujaba lo que había visto. Era pasmoso su conocimiento de la anatomía animal. En la naturaleza se sentía como un cazador furtivo, imaginaba los pintores rupestres y se sentía como uno de ellos», recuerda el biólogo Carlos Vallecillo, gran amigo y compañero de Lalanda en la enciclopedia Fauna.
«No sólo refleja a la perfección la anatomía animal, sus dibujos muestran a los animales en movimiento, nunca estáticos, gracias a su conocimiento de la fauna. Era un artista absoluto y no sólo pintaba, también hizo magníficas esculturas de muchas especies de la fauna ibérica», añade el biólogo Ezequiel Martínez, organizador del homenaje al pintor.
Josechu pintó mucho y bien, pero, sobre todo, atrapó entre sus trazos algo que muy pocos logran: el alma animal. Antes que corzos, lobos o elefantes, en sus láminas aparecen la dignidad y el sentimiento de los seres salvajes.


Capaz de dibujar a vuela pluma una buitrada comiéndose una res muerta en el tiempo que servían la comida, no se le resistía ningún animal, ningún instante de vida. «¿Por dónde queréis que empiece, por la cola del último?». Y, trazo a trazo, la punta de su grafito empezaba a destilar un lince ibérico en estado puro. Tras la mancha del rabo, el resto del cuerpo. Agazapado, la espalda arqueada, las orejas tiesas, toda la armonía del mundo. Como en una secuencia de cine, al lado, ese mismo lince ya salta para atrapar a una atolondrada pareja de azulones en inútil huida. Intensidad a tope. En la siguiente escena, un lince lanzado tras un aterrorizado conejo. Sin el menor titubeo concluía: ante el conejo desgarrado y aún palpitante, el felino pelea a muerte con un raposo oportunista dispuesto a robarle la pitanza. Y así todos los días.
Dejemos que el propio Félix, cuente la valía del artista. Sucedió en enero de 1980, Josechu inauguraba una exposición y le pidió que la presentara. Éstas son algunas de las palabras de Rodríguez de la Fuente días antes de su encuentro con la muerte en Alaska: «Josechu es un pintor de animales... Trataré de explicarme. El artista que merece el título de pintor de animales ha de conocer en profundidad dos partes complejísimas: el arte pictórico y el arte del conocimiento del animal en su propio ambiente.. Hoy, los animales salvajes ocupan una dimensión. Los hombres, otra. La mayoría de los seres humanos no tiene oportunidad de contemplar la fauna más que a través de fotografías o películas... El hombre moderno ya no está en la naturaleza (...) Sólo unos pocos privilegiados han conservado la memoria y la retina fotográficas de la humanidad paleolítica. Estos hombres sí conocen y ejecutan a la perfección las reglas del arte pictórico, son los únicos posibles pintores de animales. Y este es el caso de José Antonio Lalanda. En su imaginación, en su memoria prodigiosa, en su sensibilidad de artista, el animal ha ocupado siempre un lugar preferente. Es de los pocos pintores vivientes que ha heredado las cualidades inimitables de los artistas magdalenienses».

Espero que os haya gustado.
¡Hasta el jueves que viene!

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